LA LUZ Y LA MEMORIA: PREVENCION

 

 

Sida, anorexia, bulimia, alcoholismo y drogadicción

 

 

 

 

En 1989, después de diez años de una intensa actividad escénica impulsada por un proyecto de vida ineluctable, abandoné con mucho dolor el teatro para seguir el camino igualmente entusiasmante de la astrología. La liberación tendría corta vida, ya que lo empecé a explorar desde la perspectiva teatral y con un grupo de investigación con el que de 1993 a 1995 dirigiría happenings psicodramáticos públicos con contenido astrológico de muy alto riesgo y voltaje. Esas experiencias ayudaron a que, embarcado luego en el tercer nuevo camino, si cabe más vehemente, de la cultura griega, lo quisiera hacer también también en el escenario, así que volví al ruedo en 1997 con una versión musical enloquecida de la tragedia griega por antonomasia, Edipo Rey, que estuvo dos años en cartel. El haberme expuesto nuevamente como sujeto activo de teatro dio lugar a que por primera vez se me convocara a más de un proyecto, cuando toda mi vida había sido yo el que convocaba y no a la inversa.

 

CLARA

 

A través de una amiga, me contactó una psicóloga, Adriana Strupp, que se especializaba en prevención, particularmente para adolescentes, y que había escrito más de un libro dirigido a ese público con la forma de historias ejemplares noveladas. Con un director, convirtió una de ellas cuyo tema era el sida en una versión teatral para colegios. El texto de la adaptación no era nada malo. Después de un extensivo casting eligieron con muy buen criterio el elenco de artistas, pero hubo demasiadas diferencias de base y la autora no autorizó a hacer la obra, por lo que el proyecto en lo inmediato se disolvió. Para ser más precisos, el director quedó afuera y le empezó un juicio, no recuerdo si por despido o si por daños y perjuicios, pero en todo caso cualquiera de las imputaciones era improcedente y no podía prosperar.

 

El antecedente no era para nada reasegurador, pero el texto me produjo un impacto emocional demoledor que no me dejó dudas de que quería hacerla, ya que demasiadas ex parejas y amigos habían muerto o todavía sufrían por el tema y por entonces todavía no era nada segura la eficacia de la medicación. Por otro lado ésta sería la primera vez en mi vida que participaba como director de un proyecto teatral que además del componente estético y expresivo tenía una connotación netamente lucrativa que parecía muy factible a un corto y a un largo plazo, sin descontar desde luego su función social, muy precisa y concreta.

 

Un poco inseguro y a la defensiva tuve mis primeros encuentros con los actores para conocernos y entrar en calor, debutando con otra novedad: era la primera vez que yo reemplazaba a alguien como director y la primera vez que trabajaba como tal con un grupo de profesionales convocados por un casting convencional que había sido masivo porque habían hablado de cifras concretas aproximadas y funcionó. Apenas leído el texto ya tenía completamente decidida la puesta y el estilo del espectáculo, que pasaría nuevamente por cámara negra, el recurso de las luces concentradas fijas y un total despojo de elementos escenográficos: sólo la guitarra que enmarcaba la narración y el largo banco pintado de negro donde se sentaban por momentos los actores y que al final se revelaría como el ataúd de la protagonista. Tendría en ese sentido algunos rasgos de puestas anteriores como "Canción de Navidad", "Ha llegado un inspector", "Somos" o "Víctimas", principalmente, pero acentuando ahora el elemento de composición visual y arquitectónica con el cuerpo del actor y la luz. Aunque lo verdaderamente definitorio era el abordaje de lo actoral, de un naturalismo espontáneo y teatral con un particular cuidado del componente sensible y emocional del texto, que fue lo que más característicamente me había sacudido desde un primer momento.

 

Amplificar esa dimensión emotiva era totalmente posible porque contaba con cinco jóvenes actores muy talentosos y en su mayoría de una gran sensibilidad e interés natural de ser parte de un hecho estético global. Esto era un elemento clave no sólo porque para mí era inherente al texto, sino porque tenía que ver con la ideología de todo el proyecto o, si se quiere, con su hipótesis fuerte y su protocolo: la autora, a quien en confianza todos llamaban Pupi, partía de la base de que el motivo por el cual todos sabían cómo cuidarse del sida pero no lo hacían era que tenían la información pero en un plano puramente intelectual, pero sin relación con el cuerpo que debía accionar y al cual había que proteger, de modo que si esa información pasaba también por el cuerpo a través de la emoción, tenía forma de arraigar en el mismo con posibilidades mucho mayores de eficacia, tal como cuando por ejemplo un amigo muere por ese tema y uno durante un tiempo se cuida. La idea me parecía coherente y la abracé como propia desde el lugar de la dirección.

 

El público juvenil, después de haber vivenciado la obra con toda su carga emocional, se quedaba en la sala con los actores y el director para participar de un debate conducido por Pupi sobre los contenidos temáticos y lo experimentado. Indudablemente la movilización que habían vivenciado le daba un nivel de autenticidad y seriedad al debate superior a si no hubieran pasado por esa experiencia, y por ello mismo podían surgir temas, opiniones o anécdotas que de otro modo probablemente no hubieran aparecido. Esto no estuvo en las primeras funciones de adultos que hicimos para que se asentara el producto y que tuvieron lugar en el teatro IFT, el mismo ámbito donde tuvo lugar la mayor parte de las funciones que luego haríamos para los colegios, pero sí en todos los casos con éstos.

 

 

 

 

El estreno del 28 de marzo de 1998 fue un gran éxito, tanto en mi vivencia de lo que ocurría en escena como de la respuesta del público asistente. La carga emocional de la obra era la que había pretendido y en los hechos resultaba colosal, una gran ola casi tangible que se apoderaba de todo el espacio común desde un primer momento. En algunas funciones siguientes, al pasar de la cabina a la sala me encontré más de una vez en el hall con alguno agarrado de la pared que había tenido que salir porque estaba llorando con convulsiones o literalmente ahogándose por la intensidad de la conmoción afectiva. Para mí era una novedad, porque en los espectáculos que había hecho hasta el momento, la intensidad afectiva y sensible no había sido prioritaria, exceptuando escenas de "Técnicas" o algunos momentos míos de "Víctimas". Desde luego que había terror tangible en "Galíndez" o "1984" y mucho humor presente en casi todas las puestas, elemento más fácilmente manejable. Pero los actores tenemos a menudo una especie de pavor respecto de la exigencia de llorar auténticamente en el escenario o que una escena conmovedora logre suscitar llanto, es casi una especie de mito. Esta quimera no sólo estaba durante las obras del período previo a estudiar teatro, sino también luego en Teatro Escuela, que también tenía un estilo más exterior y energético pero no tan sensible. Lo trabajaría luego en clase con Laura Yusem y en mi "Técnicas", pero no en las obras sucesivas. Por eso esta cualidad inherente a este texto y que perseguí centralmente como director fue no solo un logro para beneficio del espectáculo sino también en lo que concierne a mi historia personal.

 

Los cinco actores del estreno y de la mayor parte de las funciones sucesivas fueron Anabella Blanco, Marina Carranza, Bárbara Muscio, Franco Verdoia y Martín Acevedo. Las funciones nocturnas iniciales para adultos que Pupi había armado para que la pudieran ver funcionarios, docentes, directos de colegios y demás (desde luego la crítica, pero que viniera dependía de variables que nosotros no manejábamos), las aprovechamos para continuar ajustando cosas y mejorar el espectáculo hasta llegar a la mejor versión posible, una parte de la experiencia que para mí fue también muy satisfactoria. En mayo empezamos con las funciones para chicos, la mayoría de mañana pero también de tarde. Era un poco impresionante y sin duda también conmovedor ver a tantos jóvenes, a veces casi niños (creo que un par de veces llegamos a hacer funciones para alumnos de sexto y séptimo grado), participar de una experiencia así, con esos temas graves y delicados pero de abordaje necesario y con la contundencia de una experiencia artística que intentaba ser de las más alta calidad posible. Cuando fuimos a colegios anduvo bien, pero en general nunca tan bonita como se veía en el teatro en donde había sido creada.

 

En sus dos años de representaciones con el auspicio de la Organización Mundial de la Salud, "Clara" (versión abreviada de "Clara, ¿tenía que oscurecerse?") fue vista quizás por unos diez mil adolescentes, más espectadores que si considero todas juntas las otras obras de teatro que dirigí o codirigí en mi vida. Años después me encontré por casualidad con un par de ellos, que me comentaron que el espectáculo les había informado y hecho reflexionar, incidiendo en su comportamiento a la hora de protegerse al tener relaciones. Testimonios que me confirmaban la certeza que yo tenía cada vez que terminaba el debate posterior a la obra, de que de alguna manera a muchas de esas personas las estábamos ayudando de un modo tangible porque, si bien pocos años después la efectividad de los fármacos y los tratamientos le quitó al tema la carga de peligro trágico que tenía, en la época de las funciones creo que es más que justo decir que estuvimos salvando vidas.

 

DANIELA

 

El éxito comercial y artístico de "Clara" llevó a que Pupi me mostrara otro libro para adolescentes que había escrito, esta vez para la prevención de desórdenes alimentarios. Se sentó a escribir el guión teatral correspondiente y me lo dio para que lo viéramos con el grupo. Leí con muchas dudas la obra "Daniela, la otra historia" para la prevención de la anorexia y la bulimia porque el texto me parecía mucho menos sólido que el anterior. Cuando terminamos la lectura con los actores hubo un momento de fortísimo estupor porque esa sensación compartida era paralizante. Propuse entonces como resolución teatral el abordarlo de una manera radicalmente opuesta a lo que nos habíamos acostumbrado con el texto precedente, es decir hacerlo como si fuera una especie de comedia infantil artificial, deliberadamente amanerada y ridícula, de actuaciones altisonantes y caricaturescas acompañadas de música grabada de jazz y rock de los años 50 y 60. Los actores comprendieron la posible eficacia del recurso y decidimos hacerla en esa línea. La obra se ensayó en poquísimo tiempo y se estrenó también en el IFT con Bárbara en el papel titular el 25 de septiembre de 1998.

 

 

 

 

La mayoría de la gente del estreno había estado en el de "Clara" y dieron por supuesto que, por el tipo de temática que reiterábamos, se iban a encontrar nuevamente con chicos buenos, lindos y simpáticos que los iban a hacer llorar y eventualmente reír con recursos teatrales cuya magia radicaba en su simplicidad. Y eso tuvieron, pero de un modo rotundamente distinto y por ello totalmente sorpresivo, empezando por el "New York, New York" de Sinatra en la apertura a un volumen muy alto como acompañamiento de un desfile de modelos egotista y seductor con smokings y vestidos de los años 20 y 30. El espectáculo era de escenografía despojada en mi estilo habitual (las dos sillas de siempre), pero había varios elementos de utilería que estaban resueltos de la misma manera que mi puesta de "Máscaras" de 1988, es decir, dibujados con trazo negro lleno en cartón blanco y en esta ocasión también con color adentro, donde la artificialidad del recurso potenciaba a niveles mayores eso que solemos llamar "la magia del teatro". Fue muy agradable como un respiro y complemento del estilo sentidamente naturalista de "Clara" el que los actores se permitieran al máximo jugar mi planteo de la representación como hecho lúdico con la experimentación de los distintos roles. Esa fiesta chispeante y categóricamente divertida hacía luego mucho más terrible el momento del colapso final de la protagonista y su redención. La gente estaba encantada, yo estaba contento, una amiga que había visto todas mis obras en los últimos quince años me dijo que era lo mejor que había hecho hasta el momento. No me atrevo a suscribirlo pero tampoco a contradecirlo, ya que sé por experiencia que estas cosas que se hacen rápidas y sin dificultad a veces pueden superar milagrosamente todas las expectativas.

 

 

 

 

"Daniela" no se representó muchas veces, quizás porque se estrenó cerca de fin de año y porque los colegios que estaban en condiciones de comprar ya habían reservado "Clara", que venía haciéndose desde hacía meses, o sencillamente porque esa temática era menos atractiva en términos de prevención. Pero el año siguiente tampoco anduvo nada bien en general con las dos obras: las funciones empezaron más tarde de lo esperable, había pocas y muchas se cancelaban. Problemas que habían aparecido de hecho de un modo muy similar anteriormente pero que la promesa del nuevo año había puesto en suspenso. En cambio ahora las cosas parecían estar peor.

 

ESCUCHE QUE ALGUIEN LLORABA

 

Teníamos menos funciones de lo que se había hablado originalmente y de lo que merecía tanto la calidad de lo logrado como todo el trabajo invertido. Con montones de días sin actuar y representaciones canceladas a último momento, era difícil ordenar el resto de la propia vida alrededor de algo tan esporádico y variable. Empezaron a haber roces no esperados entre el elenco y con Pupi, a quien se la responsabilizaba de la situación porque había absorbido por completo la tarea de la producción por sus contactos con colegios que venían de su trabajo previo en prevención y la ganancia que le daba la sumatoria de roles hacía que no le afectara tanto que no hubieran tantas funciones. Como una nueva forma de apostar a continuar con el proyecto general y aprovechar los colegios que ya habían visto "Clara" e inclusive "Daniela", propuso escribir una tercera obra para la prevención del alcoholismo y la drogadicción a la que llamó "Escuché que alguien lloraba", de modo que con el paquete de tres opciones tuviéramos más oportunidades a la hora de ofrecer el proyecto. 

 

La obra estaba básicamente pensada como una sesión en tiempo real de una reunión de Narcóticos Anónimos. Como yo tenía experiencia en ese tipo de cosas, podía darle la autenticidad necesaria para que el hecho teatral se desenvolviera con toda su intensidad. Franco y Anabella tenían compromisos paralelos con otras obras de teatro que estaban chocando cada vez más con lo nuestro y finalmente prefirieron no estar. Luego pasó lo mismo con Marina, que iba a hacer el rol que podría considerarse principal. Empezamos a hacer castings para reemplazar a Franco y Marina en esta obra y de hecho incluir a un actor y una actriz que pudieran hacer de suplentes en las tres obras del grupo e hiciera sentir menos obligado a cada uno en el caso de tener otras cosas o de enfermedad. De hecho, yo mismo tuve que reemplazar a Franco en "Clara" sin haber ensayado jamás su papel y literalmente de la noche a la mañana porque no había avisado de un ensayo de su propia obra que tampoco estaba dispuesto a reprogramar. El "toro" salió muy bien pero había que hacer algo al respecto. El actor que incorporamos se llamaba Rodrigo Ulibarrea y la actriz para "Escuché", Ivana Duarte, pero como queríamos sacar la obra lo antes posible, decidimos que más bien fuera yo el que hiciera el rol originalmente pensado para Franco e incorporar a Helena en el papel de Annabella. Yo comulgaba a rajatabla con el principio inicialmente planteado por Pupi de que los actores en el escenario tuvieran una edad lo más cercana posible a la del público para propiciar la identificación, pero en esta obra, por el tipo de historias de vida que aparecían, no quedaba nada mal que hubiera como otro elemento sorpresa la presencia de otros dos actores unos años mayores que el resto.

 

 

 

 

Así como no había hecho ninguna otra obra tan emotiva como "Clara", jamás había desplegado tanta emocionalidad focalizada en cada uno de los actores, casi a la manera de ciertas películas de Bergman, donde cada uno tenía su gran escena sentado en su silla con mucha exposición y riesgo actoral. La puesta era estructuralmente súper simple, las cinco sillas de siempre pero ahora estáticas durante toda la obra dispuestas como la mitad del círculo de una reunión de Doce Pasos que el público por su parte completaba en la otra mitad. Los espectadores llegaban con la reunión en proceso de empezar, mientras uno de los actores escuchaba fortísimo en su walkman "Las chicas del Puti club" de los Redonditos de Ricota, y luego en general serían interpelados como si fueran otros participantes del encuentro. Como parte de las intervenciones más oníricas y surrealistas perfiladas por el texto, un largo monólogo final de una chica muerta por coma alcohólico me permitió una de las escenas que más aprecio de todo lo que hice como director, en la que tanto ella como los otros actores iban desgranando su texto sobre el fondo de la obertura completa del "Lohengrin" de Wagner, cuyo crescendo culminaba con un hongo atómico rojo hecho con los cuerpos en escena, muy en el estilo de "Ígnea Medeas" y el principio de "Somos", mientras se declamaba una arenga política que iría llevando la obra a su conclusión con la Oración de la Serenidad.

 

"Escuché" se estrenó el 18 de junio de 1999 en el IFT con la actuación de Ivana, Bárbara, Helena, Martín y yo. Había muchos alcohólicos y drogadictos en recuperación en la sala, así como desde luego nuestros tres compañeros actores que habían decidido no participar en ese espectáculo. Gustó, fue emotivo y volví a casa con la sensación de que en el escenario habían ocurrido pirotecnias actorales infrecuentes para hacer justicia sin juzgarlas a estas historias tan fuertes. El público más juvenil que luego se encontró con la obra creo que agradeció que se lo participara con tanta madurez de cuestiones tan delicadas, amén de estar, como también sucedía con "Clara" y "Daniela", tan cerca de un hecho artístico vivo de mucha calidad y bastante diferente de lo que solían encontrar en sus salidas escolares.

 

La obra no salvó al proyecto, hasta quizás ayudó a concluirlo, porque era el último manotazo de ahogado en el que habíamos puesto mucha energía en el breve período de ensayo. Franco tuvo diferencias con Pupi y se fue definitivamente del grupo y en "Clara" fue reemplazado por Rodrigo, Bárbara también abandonó por motivos personales que no recuerdo (creo que de salud) y fue reemplazada en "Clara" por Helena y en "Escuché" por una actriz convocada y elegida por casting, Micaela Abidor. Los cambios eran muy agotadores porque a cada uno había que dedicarle varios ensayos y ahondaban en la sensación de inestabilidad cuando no futilidad, amén de la pérdida de la mística del grupo original. Finalmente reunión sindical que va y que viene con unos y otros, después de una función de "Clara", los actores decidimos detener todo hasta no tener garantizada una cantidad mínima de funciones que se acercara aunque fuere de lejos a lo que se había propuesto originalmente.

 

La única alegría que me produjo esa decisión fue la de no tener que trabajar nunca más con quien desde el día de mi primer ensayo con "Clara" me había hecho la vida imposible cada ensayo y cada función con su necesidad infantil de mofarse y contradecir a figuras de autoridad, al punto de hacer las cosas deliberadamente mal con miraditas psicopáticas desafiantes y perjudicando en cada ocasión artísticamente el espectáculo. De haber tenido mayor capacidad de decisión lo hubiera dejado fuera del proyecto desde un primer minuto, y quizás por saber que no estaba en mis manos, sintió la libertad de manejarse de esa manera: poco después un hombre de mi edad que fue su supervisor en un trabajo me contó sobre el infierno que habían sido los dos años en que lo tuvo a su cargo porque le hacía día y noche más o menos las mismas cosas que me había hecho a mí y eran muy difíciles de probar. Finalmente pudo conseguir las pruebas y logró que lo echaran, pero había malgastado demasiado sufrimiento en el camino.

 

Las tres puestas eran muy bonitas y distintas entre sí, la cantidad de energía que había puesto era mucha, el dinero que entraba cuando había funciones no estaba nada mal y sobre todo la sensación de estar haciendo una contribución social tan sentida y trascendente era muy enriquecedora, de manera que la decisión de no continuar no me trajo ninguna otra alegría, fuera de la mencionada, sino más bien un tremendo dolor. Inmenso. Y desde luego y como siempre, el mundo siguió andando.

 

 

 

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