LA LUZ Y LA MEMORIA: SEPHIROT

 

 

happenings astrodramáticos

 

 


En 1985 la astrología entró de lleno en mi vida y se fue apoderando gradualmente más y más de ella. El intenso y sentido proyecto personal nacido nueve años antes, a los catorce años de edad, de ser un director teatral de ópera internacionalmente famoso, había comenzado a intentar una forma concreta con mis primeras puestas en 1979 y tuvo su primera gran crisis con el fiasco del ambiciosísimo espectáculo "Ígnea Medeas", que casualmente giraba alrededor de la cantante de ópera más famosa del mundo. Fue durante esa crisis que se dio la oportunidad de hacerme la carta natal y por ello comencé a estudiar.

 

Lo hice con el estilo frenético y obsesivo con que siempre abordaba todo lo que me entusiasmaba, y lo que empezó como una curiosa y apasionada inquietud, ya dos años después se había convertido en una firme opción profesional pero todavía sin abandonar ese intoxicante sueño mágico de pubertad. En 1988 decidí liberarme de las ataduras del trabajo en relación de dependencia, y decidí hacer todo lo que había quedado pendiente en mi vida. Comencé la carrera de regié que se dictaba a la tarde en el Teatro Colón, y llevé adelante al mismo tiempo otras tres carreras pensadas alrededor de la astrología: psicología a la mañana en la Universidad de Buenos Aires, astronomía a la noche en la Asociación de Amigos de la Astronomía y astrología propiamente dicha los fines de semana en el Centro Astrológico de Buenos Aires, en donde en la segunda mitad del año me propusieron comenzar a dar clases y acepté gustoso. Mientras, participaba intensivamente en tres obras de teatro: "Antígona furiosa", "Sangre Vienesa" y la preparación de "Parábola", además de procurarme mi sustento haciendo mis primeras cartas y dando clases de acordeón. Todo al mismo tiempo.

 

Ese ritmo desde luego era insostenible y algunas cosas fueron cayendo de suyo: primero lo del Colón, antes que nada porque el dictado de la carrera era estrepitosamente deplorable, de una deficiencia que me costaba tolerar en términos de paciencia y energía disponible, de manera que no lo sostuve y abandoné el escuálido grupo que hacíamos con mis cuatro compañeros, de los cuales dos eran actores ya reconocidos que hicieron carrera y otro, Willy Landín, devino en ese regisseur internacionalmente famoso que yo mismo planeaba ser. Lo admiro mucho y me encantan sus puestas y su manera nada pedante de manejarse, un día doce años después fue a una conferencia en el Centro Astrológico y hablamos largo rato de lo que había ocurrido en ese tiempo.

 

También a la larga abandoné la carrera de psicología en la UBA. Si bien me fascinaba el tema y casi había completado el ciclo básico inicial, las cosas se complicaron con accidentes diversos y en un momento caí en la cuenta de que yo no quería bajo ningún concepto ser psicólogo practicante y que menos todavía iba a poder tolerar la idiotez imperante de los lacanianos (múltiples experiencias a lo largo de los años me continuaron confirmando esta percepción y, por suerte, ya no tienen el mismo poder en la UBA que entonces las psicóticas sanguijuelas de Lacan, pensador a quien por otro lado disfruto mucho).

 

Pero aunque ya no iba a sostener esas dos carreras y los estudios astrológicos y astronómicos llegaban a una primera conclusión, las dos fuertes opciones vocacionales en mi interior parecían excluirse cada vez más entre sí y, sin darme cuenta, de un modo intolerable. En el verano de 1989 los directivos del Centro Astrológico me ofrecieron dar clases en forma intensiva, con una gran cantidad de cursos que tuve que preparar desde cero, y en marzo, en el hall de entrada del Centro Cultural Recoleta donde estaba estrenando "Parábola", dejé olvidado en un mostrador un importantísimo libro de astrología que me había prestado el director del Centro, de hecho el libro que todavía hoy considero el más importante escrito en toda la historia de la astrología, y por supuesto desapareció para siempre. El libro estaba agotado, intentar recuperarlo infructuosamente le supuso grandes gastos innecesarios a quien me lo había prestado, que en ese momento para colmo de males y más allá de su amistad, era mi jefe. De hecho recién tres años después y habiendo él ya fallecido, pude hacerme en Estados Unidos de una triste fotocopia.

 

Entré en crisis. Sentí que este fallido inexcusable era un mensaje: o elegía una de las dos actividades, o me quedaba sin el pan y sin la torta. Y la elección era evidente, dadas todas las satisfacciones recientes y crecientes que estaba teniendo con la astrología mientras que, al contrario, el sueño del director teatral (no de ópera, porque la había abandonado en casi todo sentido y recién años después volvería a frecuentarla) parecía condenado por las probadas dificultades del medio, mis limitaciones de carácter, que incluían inseguridad a la hora de contactar instancias de poder, excesiva impulsividad a menudo innecesariamente belicosa y manejo torpe de todas las relaciones que no fueran con los actores de la obra, así como la percepción de un factor "suerte" o destinal que se me antojaba adverso al respecto. Hice algunas funciones de "Sangre Vienesa" a mitad de año, pero la suerte ya estaba echada. Además, por entonces justo estaba separándome y luego divorciándome de mi esposa, quien estaba mucho más intensamente identificada con lo teatral (allí nos conocimos) que con lo astrológico, y por ello yo empezaba casi literalmente una nueva vida, mucho más plena y auténtica. Años después, en 1997, volví al ruedo teatral y con mucha actividad durante unos años, incluyendo ocho obras, pero en 1989 la sensación de que dejaba para siempre las tablas fue muy contundente y sentida, con todo el dolor liberador de la tragedia. Algo similar pero mucho menos dramático ocurrió en 2002, pero el destino luego sacó  de la galera en 2007 la dirección de una película operística con un mito nacional que filmé en Europa, de manera que, como dice el refrán, nunca digas nunca. 

 

 

ASTRODRAMA

 

Ya tomada la decisión de mi retiro, me aboqué exclusivamente a la investigación y la docencia astrológica, además de comenzar a hacer cada vez más y más cantidad de cartas natales como aprendizaje y para subsistencia económica. Pero el zorro no pierde las mañas. No en vano había hecho teatro durante diez años como parte de un proyecto muy sentido y personal, de modo que era improbable que dejara que esa experiencia se perdiera. De hecho, apenas empecé a estudiar con la astróloga que me hizo la carta natal en 1985, escuché de una compañera que le habían llegado noticias de formas vivenciales y corporales de abordar el asunto con dramatizaciones. A medida que avanzaba, la idea de combinar creativamente mi dos grandes amores, es decir la astrología con el teatro, fue tomando cada vez más consistencia y cuando pude acceder al poquísimo material que había al respecto en el Centro Astrológico, donde continuaba entusiasmado mi formación, sentí que había suficientes estímulos a nivel internacional como para confirmar mi convicción de que se podía profundizar en esa vía de una manera productiva.

 

En cuanto al lugar de Buenos Aires que de algún modo ya hacía una especie de versión propia de eso, me repelía el snobismo y superficialidad disfrazados de profundidad que veía en las personas que iba conociendo vinculadas al mismo, pero mucho más todavía la impresión que causaba de secta con un culto desembozado a la personalidad de su director, con todos repitiendo sus palabras como descerebrados y cosas similares que a mi entender surgían en parte de esos mismos métodos y que hubieran sido preocupantes de no ser tan evidente que todo era una mera explotación comercial de las necesidades de pertenencia sin esfuerzos a grupos de prestigio en que se basaba todo el fenómeno. De modo que no me interesé por acercarme y, cuando conocí con mucho más detalle las prácticas a las que ellos llamaban astrología vivencial, las descarté sin miramientos por resultarme no sólo faltas de interés sino también muy lejanas a mis convicciones.

 

Yo seguía leyendo y conversando ideas al respecto con otras personas. Cuando empecé a dar clases en el Centro Astrológico, los directivos del lugar, los esposos Dumón, me prestaron material bibliográfico completamente actualizado y, cerca de fin de año, después de meses de estar haciendo por mi cuenta experimentos de todo tipo, acordé con ellos que dictaría un curso intensivo de verano. Organicé uno de cinco días seguidos de duración que iría de 9 de la mañana a 5 de la tarde con una pausa de almuerzo que comenzó el 22 de enero de 1990 y en el que participaron mi esposa Fabiana y mi amiga Helena, ambas actrices con conocimientos astrológicos, más Alejandra E., Raquel R., Norma P. y otra mujer que no conocía y de la que no puedo recuperar el nombre. Fue una experiencia intensa y maravillosa que no sólo superó ampliamente mis expectativas, sino que todos los mencionados la vivimos como una instancia iniciática, un real antes y después: la astrología como un todo había pasado a tener otro nivel de entidad y de comprensión en mi cuerpo y en mi cabeza; si se quiere, en el alma. Es muy difícil expresar cabalmente este cambio radical de percepción y certeza, totalmente orgánico.

 

 

 

 

Entusiasmado en esa línea, durante el año hice algunas experiencias modestas de clase que no podían tener mucho desarrollo por no estar en el programa y que continué más ampliamente al año siguiente en el contexto de grupos de estudio, ya que entendía que este tipo de enfoque era una parte inherente del aprendizaje. Por otro lado, para avanzar en mi conocimiento de lo psicodramático, hice algunas experiencias con los dos pioneros argentinos del psicodrama, el Dr. Eduardo Pavlovsky (de quien había dirigido y actuado dos obras de teatro) y el Dr. Carlos María Menegazzo (el autor de un libro que me había influido mucho años antes: Magia, Mito y Psicodrama). Finalmente, decidí convocar a algunas de las personas de estos grupos de estudio y otras con conocimientos tanto astrológicos como actorales o de otras artes escénicas, para conformar un grupo de investigación del Astrodrama (del cual no me detengo demasiado a dar explicaciones porque las desarrollo en otra parte de este sitio, accesible a través del link previo a este paréntesis), con la idea de que esas investigaciones fueran a parar en un momento determinado a una actividad performática básicamente consistente en actuar cartas natales en forma pública en el momento y de un miembro anónimo del público.

 

El 20 de marzo de 1992 hice mi primer viaje largo al exterior, una visita de un mes a Estados Unidos que terminaba con un congreso internacional multitudinario en Washington D. C. Allí hice mis primeras experiencias con algunos de los creadores del Astrodrama y debo decir que si bien fueron extraordinariamente agradables, no resultaron muy estimulantes a la hora de compararlas con todo lo que ya había hecho. Mientras que en un viaje posterior en 1995 a un congreso similar pero en California, terminé de conocer a todos los otros creadores del Astrodrama que debía conocer y con vivencias similares, del mismo modo que a fin de ese año en la India en el ashram de Osho en Poona, en donde el único tipo de astrología que se hacía era el astrodrama, a cargo de un grupo de alemanes dirigidos por Arpana Dotzauer, y a donde yo ya había sido orientado años antes en un congreso en Río de Janeiro en 1990 por un joven astrólogo brasileño que me habló con entusiasmo del ashram y me describió algunas de las prácticas que llevaban adelante. 

 

El encuentro con Jeff Jawer, Barbara Schermer, Maritha Pottenger y Susie Cox, entre otros pioneros del Astrodrama, tanto por las conversaciones como por las experiencias hechas juntos, fue sumamente placentero, enriquecedor e instructivo, sobre todo como fuerte validación de lo que yo venía haciendo, tanto por el contacto inter pares, como porque pude evaluar lo propio por comparación. Por eso mismo apenas volví de ese primer viaje, movilicé a los convocados y el 12 de mayo de 1992 antes del atardecer tuvimos la primera reunión fundacional del grupo Sephirot. Éramos doce personas: Kuky G. (la persona que prestaba el lugar), Fabiana M., Helena B., Raúl P., José María D., Silvina M., Bernarda H., Adriana K., un par más que en este momento no puedo recordar y yo (mucho más adelante se nos unirían también Jacqueline C. y Adriana V., y desde luego algunos fueron dejando). Mientras salíamos de la reunión inaugural, que tenía una carta con planetas bastante terribles a los que les adjudicamos una dimensión terapéutica y transformadora, una terrible frenada y un golpe ensordecedor acompañaron el cuerpo de una mujer volando por los aires que aterrizó en el medio de la calle sobre un charco de sangre. Mientras algunos miembros del grupo iban corriendo a avisar al hospital que estaba a dos cuadras, yo me inclinaba para mirar de cerca, aterrorizado, la cara de la víctima, ya que no había visto quiénes habían salido y quiénes no y no sabía si ella efectivamente era o no una de las chicas del grupo. Quedó como una impronta simbólica del nivel de experiencias fuertes y viscerales con que íbamos a contactar en nuestros experimentos futuros.

 

Nos encontramos casi dos años enteros una vez por semana para profundizar durante cinco horas en distintas propuestas que siempre traía yo, que era el impulsor de la iniciativa y el director oficial del grupo. No sólo la fuerza expresiva y propiamente descriptiva desde lo astrológico del Astrodrama, sino su potencia terapéutica, eran arrolladoras. Por lo que no fue sólo un grupo de exploración e investigación de una línea heurística precisa y al mismo tiempo más que amplia, sino que pasaron otras cosas. Por ejemplo, a una de las participantes, Bernarda, actriz con conocimientos astrológicos, la había felicitado en más de una ocasión por su desempeño, tanto en la actitud como en los resultados surgidos de su gran compromiso con el trabajo. Pero quizás por eso mismo desarrolló algunos trastornos y síntomas categóricamente parapsíquicos terriblemente desagradables para ella, por lo que tuvo que dejar de participar activamente. Los síntomas se fueron cuando conoció a una sanadora por visualización e imposición de manos por la cual se convirtió en cuestión de horas ella misma también en una eficacísima sanadora, lo que le cambió su vida profesional por años.

 

La idea de esas investigaciones era que en un momento determinado ya tuvieran lugar a público en una actividad performática consistente en actuar en el momento la carta natal de un asistente al encuentro pero sin nuestro conocimiento de su identidad. Por ello, a los meses de comenzar empecé a dedicar cada vez más tiempo a probar distintas estrategias para abordar una carta toda. Las primeras experiencias fueron francamente decepcionantes, hasta que empecé a encontrar de a poco algunas líneas más seguras. Y llegó un momento en que ya por fin las cartas que yo traía y que nadie sabía de quiénes eran generaban una actuación que se correspondía con la vida de la persona y su esencia. Fui construyendo una elaborada secuencia basada en lo que veníamos haciendo que surgía de mis propuestas y la evaluación de las mejores selecciones y combinaciones según mis observaciones, de manera que al final terminó siendo tan eficaz en términos dramáticos y de retratar potentemente al sujeto que la patenté. Finalmente hicimos experiencias con dos o tres amigos, de a uno por vez, a guisa de conejitos de Indias, y como todo anduvo muy bien, nos decidimos a hacer la experiencia pública con el dueño de la carta elegido por sorteo secreto a nuestras espaldas y toda la parafernalia circense necesaria para que lo sagrado se hiciera presente.

 

 

 

 

La primera experiencia fue el domingo 1° de agosto de 1993 en la Fundación Centro Astrológico de Buenos Aires. Se pagaba una entrada económica para garantizar un mayor compromiso por parte de todos y no hacer excesivo el número de participantes. Apliqué una estructura que luego se repetiría en todos los futuros encuentros, que en ese ámbito totalizaron más o menos unos diez, consistente en una explicación introductoria, un ejercicio de astrodrama de al menos media hora ligado a la propia carta natal de los actores y, por extensión, de los participantes que quisieran hacerlo paralelamente en su imaginación, y luego de una pausa de unos quince minutos, la actuación de la carta propiamente dicha de uno de los asistentes, que tomaba entre una hora y una hora y media. En esa ocasión fue la de una persona muy querida y popular dentro de ese ámbito, de modo que todo lo que pasó fue doblemente intenso, incluido el diálogo del sujeto con los planetas y los intérpretes en el importantísimo epílogo de la experiencia. Tanto en esa ocasión como en las siguientes, el grado de exposición, riesgo, esfuerzo y vértigo de los actores era no sólo descomunal al punto de inspirar piedad, sino deliberadamente inhumano. Porque por desgracia parecía la única forma en que se avenía a hacerse presente lo sobrenatural y que aparecieran los contenidos de lo sobrehumano en el plano de lo humano. Por eso en un texto que publiqué ese mismo año para una revista astrológica hice una mención muy agradecido a ellos, refiriéndomeles como "agricultores y kamikazes del espíritu". A mí también me tocaría experimentar lo mismo cuando decidí luego incorporarme a las perfomances como actor.

 

Pero quizás por los terrores que podían provocar esta misma exposición y esa incertidumbre que no se parece en nada a la improvisación teatral, cada vez éramos menos. No encontramos una salida viable hacia donde direccionar nuestras energías y las variables lucrativas que pensamos no funcionaron, a menos que quisiéramos bastardear la experiencia toda y que hubiera sido una cosa inútil, porque bastardeada no podía lograr ningún resultado de interés. A principios de 1995 el grupo ya se había reducido a cinco y luego cuatro personas, cada vez más desgastadas. De manera que casi sin decidirlo, le dimos un cierre. Tres de nosotros intentamos hacer luego una obra de teatro el mismo año, pero no pasamos de los primeros ensayos. Y a Helena y a mí nos sirvió para recordar que queríamos volver a hacer teatro, lo que se plasmó dos años después.

 

En cuanto a las experiencias de los happenings astrodramáticos que llevamos adelante sobre todo los domingos en el CABA, hubo momentos mágicos, quizás parapsíquicos, del orden de lo milagroso, que no eran sólo tales por la intensidad con que revelaban situaciones, gestos, palabras y frases muy concretas y más que relevantes -a menudo delicadas- de la vida de la persona, sino porque esto venía imbuido de una fuerza expresiva y una poesía auditiva y visual supuestamente improvisadas que le daban una cualidad ultraterrena y arrobadora. En los videos que hicieron en al menos cinco ocasiones estudiantes de una escuela cine que convocamos a tal efecto, hay a veces largos tramos aburridos, confusos, repetitivos y poco inspirados que son el caldo de cultivo para la emergencia de lo valioso, como sucede en los bocetos preliminares de un pintor, los irritantes ensayos de un violinista o el caldeamiento del psicodrama propiamente dicho.

 

Si no me equivoco, no volví a hacer Astrodrama en el Caba o en otros ámbitos hasta que organicé para 2007 el Posgrado para los egresados de la Fundación con características prioritariamente vivenciales. Lo incorporé con la forma de un seminario cuatrimestral de una clase mensual de sábado de diez horas de duración con intervalos. Aunque placentero, era tan desgastante como lo recordaba. Luego de unos años de darlo, invité a reemplazarme a una profesora con experiencia actoral que naturalmente se había interesado muchísimo por este enfoque, de modo que lo transitó por completo dos veces y una tercera anotó minuciosamente cada una de las consignas y las palabras que yo verbalizaba durante las propuestas que había puesto a prueba durante tantos años, y finalmente lo tomó a su cargo, reiterando el planteamiento en todos sus detalles, al menos formales, porque sino era una lástima que algo así no se continuara. Veinticinco años después de esos primeros encuentros, en un congreso de esas mismas características multitudinarias en Denver en 2008, les pregunté a cada uno de los popes de los inicios que mencioné arriba y con los que me iba reencontrando en los pasillos: "¿Qué pasa con Astrodrama? ¿Por qué desapareció de los congresos y ya no se habla nada? ¿Por qué vos tampoco estás haciendo Astrodrama?". Además del previsible "Uno prosigue su camino y continúa buscando, etc.", me resultó más iluminadora la respuesta simpáticamente burlona de Jawer: "La moda ahora es la universidad. ¡Ahora todos estamos en la universidad!". Me alegré de al menos haberme dado cuenta a tiempo y de estar a la moda. Pero ojalá siga en el futuro con las ganas y las fuerzas para continuar sosteniendo de distintas maneras todas estas cosas tan valiosas que sucumben precisamente a los caprichos de la moda. Sobre todo muchos años después de haber escrito esto por primera vez, ahora que la universidad tampoco está de moda y fue reemplazada por el discurso visual efímero, efectista, bobo y marketinero de las redes sociales. 

 

 


 

 

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