¿POR QUÉ LA SEMIÓTICA?

 

                                                por Jerónimo Jerry Brignone

 

Socio de la Asociación Argentina de Semiótica AAS y de la Asociación Internacional de Semiótica IASS-AISS (desde 2019)  

Licenciado y Profesor en Letras con Diploma de Honor (promedio 9.50) por la Universidad de Buenos Aires (2008)

Diplomado en Historia de la Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (2019)

Becario de Maestría en Comunicación y Cultura en la Universidad de Buenos Aires (desde 2014)

Director y fundador de la Cátedra Libre de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos de la UBA (desde 2009)

Profesor Titular del Curso de Griego Moderno del Instituto de Filología Clásica de la Universidad de Buenos Aires (dde 2006)

Profesor examinador de Griego de la carrera de Traductor Público de la Universidad de Buenos Aires (desde 2021) 

Profesor Titular de Griego Moderno del Instituto de Idiomas de la Universidad de La Punta, Gob. San Luis (desde 2023)

Coordinador del ciclo "Grecia en el Clínicas" en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (desde 2011)

Presidente (desde 2022) y antes Secretario General (1997-2022) de Cariátide, Asociación Argentina de Cultura Helénica

Miembro fundador y directivo de la Fundación CABA Centro Astrológico de Bs. As. (1991-2015). Profesor CABA (1988-2015)

Director Ejecutivo del emprendimiento cultural arsmaxjer contemporanea (desde 2012)

Conductor del programa de radio “Las palabras y las notas” (2014-2022)

Director de la Escuela Mistérica Neoplatónica Nueva Delfos (desde 2015)

Director/participante de más de treinta espectáculos teatrales y de cine, catorce de ellos vinculados a Grecia (1979-2024)

Autor teatral (cinco obras publicadas, estrenadas entre 1985 y 2024)  y astrológico (tres volúmenes publicados 2005-2024)

Profesional consultor, investigador, comunicador y docente independiente (desde 1987)

 

 

Los trapos se lavan en casa

 

Como tantas personas inclinadas al mundo de la cultura en sus manifestaciones sobre todo artísticas e intelectuales, incluidas no sólo las humanidades, sino también la reflexión científica y política, tuve una afición muy temprana por la lectura. Me crié en una casa con varios ambientes tapizados de libros de la más diversa índole, y mi interés por ellos fue alentado en forma paralela a mis prácticas artísticas musicales, plásticas y literarias. No puedo decir que era una familia particularmente intelectual o artística, aunque tampoco lo contrario. En todo caso, yo fui quien desde chico y luego más adulto asumí más naturalmente esa identidad, dentro de un grupo humano con tendencias definitivamente muy variadas, sobre todo en lo musical y en lo político, pero también con intereses muy dispares.

 

Mi madre era una ávida lectora de literatura que había realizado de niña en Estados Unidos estudios musicales y luego comenzó estudios de historia del arte, que debió abandonar por su temprano casamiento a los 19 años con mi padre, un ingeniero militar argentino que hizo allí posgrados en meteorología y abrió en Argentina algunos caminos pioneros en la comunicación mediática del tema. Esa curiosidad general de mi madre tuvo su expresión en la proliferación de libros y enciclopedias, en su mayoría en inglés, el idioma que se hablaba casi en exclusiva en casa cuando chico, si bien después quedó más instalada una situación bilingüe con el castellano. Además ella tenía una cierta sensibilización hacia temas esotéricos y la astrología popular (occidental, pero también la china, cuando no había libros en español), amén de ser lectora de las hojas del té y la borra del café, como buena hija de un griego (cuya muerte temprana había sido vaticinada por ese medio por una vecina griega, quien luego le pasó sus poderes a mi madre). Y como en la casa se experimentaban con cierta naturalidad muchos fenómenos paranormales, quizás esas inclinaciones influyeron en que mis dos hermanos varones mayores se me adelantaran en ciertas inquietudes esotéricas, filosóficas y literarias que, por otro lado, eran bastante típicas de esas décadas de los 60 y los 70. 

 

Aunque mis dos hermanas y mi hermano mayor hicieron algo de música (él formó con amigos angloparlantes uno de los primeros grupos de rock de Argentina a principios de los 60, “Komplot”), a mí, como Benjamín menor de todos, me tocó esto de ser el pequeño “artista” de la familia. Un artista que, como tal, no sólo exploraba los códigos expresivos de distintos lenguajes, sino también como ávido consumidor serial, obsesionado con comprender estos mensajes inefables que tomarían muy temprano la forma de la ópera y de la música clásica, con su apertura a otros idiomas allende el castellano y el inglés.

 

Esta noción de lo extranjero como más interesante o valioso y literalmente original (en el sentido de originario), propio de mi contexto socioeconómico y cultural, tenía su reflejo en la combinación de mis procedencias: una madre típica, pero típicamente estadounidense en sus modos, estilos y acento que hasta su muerte a los 91 años seguía siendo arquetipalmente la extranjera, la gringa, la yanqui, la americana…, pero cuyo padre era ciento por ciento griego y su madre, de origen canadiense, mitad inglés (mi bisabuelo) y mitad francés (mi bisabuela); y un padre típica, pero típicamente argentino, y más específicamente porteño (un marino militar “de la ciudad portuaria de Buenos Aires”) en sus modos y hábitos e inflexiones de habla tanguera y “burrera” teñida de algunos gustos y hábitos de nieto de italianos (mis cuatro bisabuelos paternos provenían del mismo pueblito de Italia boreal a 30 kilómetros de Génova).

 

Me tocó así el rol privilegiado del artista Benjamín que, de tan ensimismado en sus mundos imaginarios y en tratar de comprender las razones y orígenes del sonoro clima de constante violencia y conflicto familiar, y por extensión del mundo, se aislaba en la lectura compulsiva de enciclopedias de saber general y luego en el mundo de la ciencia y de lo misterioso a ser develado, novelas policiales incluidas. Horas y horas diarias de comer manzanas y recorrer páginas de esas enciclopedias que todavía hoy mantienen atrapada entre sus hoja, de vez en cuando, alguna semilla pretérita de hace décadas como testimonio de esa manía de rata de biblioteca infantil y adolescente que buscaba obsesivamente en el papel la pista de su salvación y la de sus seres queridos.

 

 

Maestros lavanderos, maestros tintoreros

 

No es de extrañar que esa tendencia tan temprana al enciclopedismo, con su inclusión no sistematizada de las más diversas variables antropológicas, en un contexto tan variado en lo idiomático y de sumersión en los diversos lenguajes artísticos, con una madre que buscaba señales en la borra del café, en los astros o en cualquier mensaje que la vida o los espíritus quisieran darle en el acaecer cotidiano, y un padre que también buscaba interpretar en el cielo el futuro climático de sus congéneres más inmediatos y el rumbo de las naves, guiado por las estrellas; sumado al drama plurilingüe de la ópera, la búsqueda de descifrar en los orígenes de las causas del malestar en la cultura y en mi casa, con sus orígenes tan palpable y trivialmente grecorromanos, y de desentrañar la trama de equívocos y ocultamientos que velaban la llave de acceso a la verdad liberadora; que todo ello, decía, me fuera llevando a ser un lector de códigos y signos, desde las distintas notaciones musicales a la criptografía y, más tarde, los distintos alfabetos del mundo. Un ávido intérprete del sentido, que no se me presentaba en ningún modo patente: al contrario, tanto entonces como hoy me parecía constantemente elusivo, como si yo tuviera una discapacidad orgánica inusual para poder captarlo mínimamente, al punto de reconocerme con cierto pavor en las definiciones que leía de la psicosis y del autismo, más allá de la primera capa más neurótica y perversa evidente en mi persona y en mi entorno de infancia.

 

Y para darme pistas de esa hermenéutica hubo guías, maestros que me fueron indicando temprano el rumbo, como los viejos sabios que en los cuentos de hadas el pequeño héroe desgarbado encuentra, andrajosos, en el camino. No voy a mencionar a la miríada de autores y libros porque sería un ejercicio interminable agotador y quizás bastante aburrido, pero sí hubo algunas personas de carne y hueso claves. Algo dije de mi madre y, en grado menor, de mi padre, pero sobre todo de mis dos hermanos varones mayores. Ese mismo rol cumplió un chico de mi misma clase en el colegio, de contexto familiar y contextura psicológica similares que, compañero de desgracias, durante décadas sería mi mejor amigo y, mitad baquiano, mitad cicerone, se me adelantaría cronológicamente en manías que ya estaban instaladas en los miembros mayores de mi familia y habitando las bibliotecas de mi casa. Y ni hablar de tal o cual docente específico en el ámbito escolar: me vienen a la mente muy particularmente dos profesores de literatura (uno de ellos resolviendo la ecuación etimológica de una palabra en el pizarrón mientras yo sentía, fascinado: “yo quiero eso para mí en el futuro”, la otra habilitando amorosamente mi pasión vocacional por la dirección y el drama musical y literario), y el reconocido historiador que tuve los cinco años del secundario, quien siempre sentí que fue quien me enseñó a pensar, con su insistencia en los cuadros sinópticos, en los machetes (el copión, chuleta o papelillo de otros dialectos) y en su mirada al pasado crítica e irreverente. Pero tan importante como el ámbito escolar fue el de la formación musical, donde dejó su huella la legendaria profesora de piano que me tocó en suerte en el conservatorio y que me transmitió en forma exacta y pasional la importancia esencial, vívida y no sólo instrumental, de la técnica como vehículo de encarnación del espíritu a través del arte. Y, de profesores en el ámbito de los estudios universitarios también legendarios y que obraron como referentes sabios y apasionados, ni hablemos: son legión, y me considero una persona sumamente afortunada, así como por los maestros propiamente espirituales, contados pero claves, con los que me tocó encontrarme en mi camino y de quienes prefiero no dar detalles, movido en este caso por un sacro pudor reverencial. Y menos hablo todavía por ello de los enamoramientos concretos, de los agentes catalíticos que obraron en mi vida la alquimia del alma y de la conciencia por la vía del corazón, y que también oficiaron genuinamente de maestros.

 

Una reverencia que se expresa en un sentimiento de inmensa gratitud a todos los arriba mencionados y a tantos no mencionados: la semiosis como proceso y como búsqueda, la tramitación del significado como esencia del mismo. Sin la concurrencia de su participación activa, tan contingente como reveladora y determinante, yo sería otro devenir, otro estado, y desde luego no me encontraría escribiendo estas palabras.

 

 

¿Y la semiótica para cuándo?

 

A veces, tanta manía por los orígenes lleva a una recursividad que termina siendo un callejón sin salida: de muy chico buscaba infructuosamente en el diccionario causas últimas desde lo lingüístico, y décadas después me topé con la descripción juguetona que Lacan hace de ese proceso que no lleva a nada que se parezca en lo más mínimo a su fin último, un fin que sí se revela finalmente en la evidencia misma del proceso como tal. Quizás los orígenes son insondables y pertenecen más genuinamente al ámbito del mito y del símbolo. Así que mejor empezar por el otro extremo de la cronología y referirme a mi ahorísimo ahora. Tan contingente, tan evanescente.

 

Dice la leyenda que las últimas palabras de Wittengstein en su lecho de muerte fueron “Díganle a mis amigos que mi vida fue maravillosa”.

 

Y mirando mi situación actual vital en relación a la semiótica, puedo decir que me resulta muy placentero y entusiasmante el largo camino recorrido y el lugar en el que me hallo, esa confluencia de rutas, tanteos y sondeos aparentemente tan diversos que tenían tantos vasos comunicantes entre sí, tanta íntima familiaridad, una comunión de esencias expresable en las caras de un ente único multifacetado: el de la búsqueda de los cómos y los qués del sentido, del significado. Una búsqueda que es una fuente de gozo plena e inexplicable: me encuentro todos los días leyendo y cavilando sobre semiótica y sobre neoplatonismo, sobre lingüística y hermenéutica, mientras me sigo zambullendo cotidianamente en la práctica intensiva de la astrología, de la reflexión sobre la estructura, adquisición y transposición idiomática y cultural, y sobre todo del arte, tanto en el rol de creador compulsivo como en el de disfrutador impenitente.

 

En términos más formales o académicos, en 2008 obtuve mi licenciatura y mi título de profesor en Letras con orientación en Lingüística formal en la Universidad de Buenos Aires con Diploma de Honor (nota promedio 95/100 en ambas carreras). Me había anotado en 1999 para ingresar a ella porque buscaba justamente dónde podía estudiar semiótica, con la que me había enamorado en mi cursada del CBC en 1988 cuando creí que el estudio formal de la psicología era el camino más adecuado para acompañar mi pasión por la astrología. Desde entonces había leído mucho, y fui sintiendo que el futuro, si se quiere “científico”, de la astrología, a la que me estaba dedicando intensivamente, tenía mucho que ver con el aspecto semiótico del conocimiento, y luego me fui encontrando con que no era parte fundamental de la currícula de ninguna carrera. En rigor, mucho después encontré que en la Universidad de Buenos Aires hay bastante en las carreras de Arquitectura y de Ciencias de la Comunicación, pero de todos modos en su momento tampoco me hubieran interesado como carreras en sí mismas, porque la inscripción tan clara de Letras en las humanidades se sumaba a las muchas materias vinculadas a lingüística general que incluían necesariamente contenidos semiológicos, y además podía estudiar algunos niveles de griego antiguo, porque por esas épocas yo ya era un apasionado filoheleno que ya había hecho obras de teatro en griego moderno. De manera que la opción elegida fue la de esa carrera, en la orientación en Lingüística formal que incluía el tránsito de algunas materias de la carrera de Filosofía, como Lógica, y una cantidad interesante de optativas, que me permitían investigar otros aspectos de mis inquietudes, tales como Filosofía Antigua y algunos niveles de otras letras clásicas, como Latín y Sánscrito, dado que el cambio lingüístico y la alteridad de los distintos códigos siempre me pareció tanto una faceta como un símbolo fascinante de los procesos de semiosis.

 

Por mi entusiasmo y acción militante en asociaciones filohelénicas de voluntariado y las clases de griego moderno que daba en ese contexto, fui convocado en 2006, antes de recibirme, a continuar la experiencia de dictado de esa lengua que la Sección Medieval del Instituto de Filología Clásica de la UBA había comenzado dos años antes y que se había visto perjudicada por la discontinuidad de los docentes anteriores. A mediados de 2007 dimos difusión a un nuevo programa de griego moderno a mi cargo que tuvo una respuesta masiva, y esas y otras iniciativas fueron llevando a que, ya recibido, fundáramos en 2009 una Cátedra Libre de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos en el marco de la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil y que estaría bajo mi dirección hasta la fecha, dado que ya había obtenido mi título de Licenciado como de Profesor. Un rasgo típico de la Cátedra y muy cercano a mi forma mulidimensional de abordar las cuestiones que más me interesan, es que intenta dar un espacio académico a temas vinculados al mundo griego que, por diversos motivos, no suelen estar incluidos en las carreras de grado, tales como Letras, Artes,  Filosofía o Historia. Fuere desde sus estadios pre-indoeuropeos hasta la contemporaneidad más actual, no sólo desde luego en su territorio, sino en toda la extensión geográfica del globo que le fuere pertinente, y desde enfoques transdisciplinarios y multidisciplinarios. De este modo, el factor común de las actividades de la Cátedra resulta siendo, además del evidente interés por Grecia, la diversidad y un alto nivel nivel académico que no puedo pensar más que como una búsqueda de reflexión acerca del significado en general, aspectos de la semiosis cultural que son genuinamente semióticos en su forma y en su esencia.

 

Una labor muy parecida llevaba adelante desde 1978 la asociación filohelénica de voluntariado Cariátide de la cual fui Secretario General desde 1997 y Presidente desde 2012 , y donde, además de los viajes turísticos y culturales a Grecia (de los que me tocó la organización y acompañamiento  en 2000 y 2001) y los ciclos de conferencias sobre temas de lo más variados vinculados a la cultura de ese país (incluidas conferencias en una colectividad en 2013 y en la UBA en 2022 sobre la segunda revolución cultural griega de los 50 y 60, un fenómeno de abordaje inequívocamente semiótico), una vez al año, en una fecha nacional griega, llevamos adelante un homenaje a Grecia que incluye actividades académicas como jornadas y mesas redondas, pero también espectáculos artísticos, de los cuales algunos teatrales y musicales estuvieron bajo mi responsabilidad como director. En algunas de las muchas obras de teatro con temática griega que hice desde que empecé a dirigir, actuar y a escribir teatro a los 17 años de edad, hay una abierta reflexión semiótica explicitada como tal, y la mayoría de mi obra artística, tanto como director teatral y cinematográfico como, sobre todo, en mi tarea de dramaturgo con cinco obras estrenadas y publicadas, se propone como obra abierta (en el sentido de Eco), polisémica, rasgo que ha sido sistemáticamente señalado por la crítica especializada y por los analistas académicos que se ocuparon de ella.

 

Esa misma meditación polisémica estuvo también explicitada y elaborada al paroxismo en el programa semanal de radio que sostuve al aire durante casi ocho años desde 2014 a 2022, una suerte de magazine cultural en el que transitaba algunas de mis pasiones, tales como la etimología, el cine, la ópera, la música clásica y popular, los libros y, desde luego, el mundo griego. Totalicé 394 emisiones que hoy están disponibles en formato de podcast, en las cuales aproximadamente la mitad contó con los invitados más variados, incluyendo a los reconocidos semiólogos argentinos Oscar Traversa, Claudio Guerri, Gastón Cingolani y Martín Aceval, además de multitud de reconocidos analistas y gestores culturales, curadores, investigadores, académicos y artistas con los que reflexionábamos manifiestamente sobre los mecanismos y meandros del sentido, siempre atravesados por su aspecto subjetivo, intersubjetivo, sensible y emocional, más allá (o acá) de lo exclusivamente intelectual. 

 

Un abordaje que es central al arte, al cual no sólo me dediqué desde niño como creador, sino como participantes de procesos de gestión en varios ámbitos, comenzando por la producción artística y ejecutiva de espectáculos, pero también en mi trabajo durante años con un muy activo curador de arte contemporáneo italiano, con quien incluso creamos un espacio de producción  cultural llamado “ars maxjer contemporanea”. Además de traducir textos curatoriales suyos y de multitud de otros autores, participé durante más de una década en forma intensiva en la asistencia técnica de sus muestras en decenas de salas argentinas y en otros espacios internacionales, y la reflexión semiótica de los artistas involucrados y de los textos curatoriales me llevaron a contactar a muchos semiólogos en forma directa y a sentir con más urgencia todavía la necesidad de encarar el tema en forma sistematizada en un contexto académico.

 

Ante la imposibilidad que se me planteaba por la distancia geográfica de cursar el único posgrado específicamente semiótico que se ofrecía en Argentina, el Doctorado en la Universidad de Córdoba, cursé regularmente en 2014 y 2015 una Maestría en Comunicación y Cultura en la Facultad de Ciencias Sociales, pero el sesgo excesivamente ideologizado de ese ámbito me quitó por años el entusiasmo de concluir el proceso con la tesis final, aunque cursé para ello algunos seminarios de doctorado con temática semiológica en la UBA y en la Universidad Nacional de las Artes UNA, en donde también me regalé la oportunidad de participar en 2015 como oyente a las mañanas en la materia Semiótica de las carreras de esa Universidad como una forma de recontactar de un modo más relajado con esos contenidos que tanto me habían fascinado desde mi cursada del CBC, décadas atrás. Y otra forma igualmente relajada fue el cursado y aprobado en 2018 y 2019 de la Diplomatura en Historia de la Filosofía que propuso la SEUBE en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde tuve por añadidura el beneficio de figuras legendarias y admirables como docentes de los tramos que más me interesaban.

 

Y en esa misma facultad dicté algunos seminarios cuatrimestrales que abordaban frontalmente el tema. El más reciente de 2023, desde su enunciado mismo: “Semiótica de una pasión: el filohelenismo, de la Acrópolis a Internet”, en el marco de la Cátedra Libre de extensión que está bajo mi cargo. Y en ese mismo contexto, otros tres previos, aunque lo semiótico no estuviera explicitado en su título o en el programa: “Miradas sobre Grecia: el griego hoy en el imaginario del cine” en 2015, “La matriz helenística del esoterismo occidental” en 2018 y “Textos astrológicos griegos del siglo I al IV: fabricando una cosmovisión” en 2013. A lo que debo sumarle otras entrevistas que me hicieron en esa facultad (en el canal Radio Medieval de la sección correspondiente del Instituto de Filología Clásica en 2023 y en el programa de Radio Nacional de la UBA en 2004) y las conferencias de Cariátide que organicé y dicté en el Hospital de Clínicas de la UBA desde 2011, todas ellas orientadas en esa dirección, o en otros espacios, incluida la dictada en 2016 en el Centro Cultural del Bicentenario (el ex Correo Central, también llamado CCK) sobre Xul Solar y Borges.

 

Dirección que estaba implícita en varias monografías presentadas para diversas materias desde 2000 y que luego me pareció pertinente publicar, y explicitada en mis dos intervenciones en los Congresos Argentinos de la Asociación Argentina de Semiótica, de la que soy el socio activo #213 desde 2019, cuando el Congreso tuvo un carácter añadido internacional y tuve el raro privilegio de exponer mi ponencia “La cadena significante de los cuerpos en los Bomarzos argentinos” en el tramo inaugural. No porque fuera particularmente relevante, ya que los popes estaban reservados para los horarios vespertinos más taquilleros, sino que fue agradable que la inauguración de mi participación activa como disertante en esa Asociación coincidiera con la inauguración de ese congreso, histórico en cuanto era la primera vez que tenía lugar en Latinoamérica. Mi segunda ponencia fue en 2023, en el Congreso siguiente, con el título “La semiosis del marco: la intervención discursiva del astrólogo en su episteme”, también en la Universidad Nacional de las Artes. Ambas naturalmente pasaron a ser parte de las Actas del Congreso y a circular por las redes en diversos espacios académicos.

 

La temática astrológica del último trabajo me lleva a referirme al rol fundamental de la astrología en mis intereses semiológicos, lo que se evidencia en algunos de los títulos de cursos o conferencias que mencioné más arriba. Respecto del estatuto problemático de la astrología para inscribirse en el marco de la ciencia moderna, sentí muy temprano, en la década del 90, la semiótica era la rama de la filosofía que quizás podía mejor dar cuenta en el futuro de esa inscripción, y en ese sentido ya antes había escrito trabajos y dictado conferencias que intentaban aludir a su compleja epistemología: en 1989, usando como excusa mis pesquisas sobre la astrología mapuche, y  más adelante en conferencias y en un artículo de 2012 en el diario Clarín, año en que di una conferencia alusiva en la Bolsa de Comercio, precedida por una de 2005 en la Representación Argentina de la Universidad de Boloña, ambas apuntando a la relación semiótica entre la astrología y el arte contemporáneo.

 

La necesidad de dar cuenta del aspecto epistemológico de la astrología vino de la mano de mi certeza también en los 90 de que el Neoplatonismo era en gran medida la filosofía que mejor me expresaba. Sobre el cual cursé más recientemente como oyente el excelente dictado inaugural de la materia optativa “Filosofía Tardo Antigua” de la carrera de Filosofía de la UBA en 2023, y le di un abordaje frontal en mi unipersonal de 2019 “Memorias de Juliano”, luego volcado a formato libro, abundantemente anotado. Pude dedicarme de lleno a ese enfoque en 2015, cuando abandoné el espacio institucional astrológico en que había estado fuertemente involucrado durante treinta años, la mayor parte de ellos como Director, con muchas participaciones públicas en medios masivos de comunicación, congresos y ámbitos estatales o privados académicos de gran prestigio. Al desligarme de ese contexto, pude abordar mucho más de lleno mis convicciones sobre la materia en un espacio formativo de estudios y desarrollo personal que fundé y dirijo desde entonces, al cual bauticé “Nueva Delfos, Escuela Mistérica Neoplatónica”, y que es el marco, al que podría llamar “para-académico”, en el que presento buena parte de mi producción actual en la web mediante conferencias grabadas y trabajos escritos publicados en el sitio Academia.edu, junto a aquellos más formales.

 

 

¿Concluyendo?

 

En suma, dado que no hay una carrera de grado formativa de “semiólogo” en Argentina y que cada uno hace un recorrido muy personal cuando decide considerar al mundo desde esa perspectiva, mi condición anfibia de astrólogo (investigador, autor y analista de símbolos y sus procesos de significación), lingüista (con su práctica cotidiana de la reflexión del sentido en la enseñanza de la lengua y los aspectos formales), helenista (como difusor, gestor de eventos culturales y analista cultural de temáticas griegas), artista (sobre todo como creador autoral en el rol de director y dramaturgo en teatro y cine) y comunicador (programas de radio, reportajes e intervenciones en medios masivos, así como la producción original reciente en redes sociales) me lleva a confluencias.  Confluencias inevitables de la praxis de la astrología como lenguaje simbólico, de la creación artística, de la lingüística, de la reflexión antropológica de lo multicultural y de la comunicación de las dimensiones múltiples de lo cultural, de la filosofía y de la lectura intensiva y constante de textos específicamente semióticos. Confluencias en las que puedo visualizarme respeto de la semiótica como inscripto en un proceso interminable y muy tangible que es la esencia misma de la noción de semiosis: un proceso.

 

Jerónimo Jerry Brignone

1° de mayo de 2024

 

 

VOLVER