IGNEA MEDEAS

 

 

de  Jerónimo Brignone

  

 

 

Ignea Medeas, Jerónimo Brignone

del autor, Buenos Aires, ([1985], 2015)

ISBN 978-987-33-7232-2

 

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IGNEA MEDEAS es una obra de teatro para cinco actores estrenada en Buenos Aires en 1985 y que transcurre en forma contemporánea en los tiempos míticos de la antigua Grecia, en Europa durante fines de la década del '60 y en nuestros tiempos en una planta nuclear del Amazonas. Publicada en 2015, es la primera obra dramática jamás escrita y estrenada tanto sobre María Callas como sobre Pier Paolo Pasolini. La protagonista, a la vez Medea, la legendaria soprano y una empleada de limpieza, es el hilo conductor de una acción dramática fantástica en un lenguaje inusitado que aborda las raíces y el destino de la cultura, la ciencia y el arte de Occidente.

 

 

 

      

 

 

 

pag. 8, 8 de noviembre de 2015

 

 

 

 

JERONIMO BRIGNONE es autor, músico, actor y director teatral con más de 30 puestas en escena en teatros privados y estatales. Licenciado y Profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires con Diploma de Honor, donde se desempeña como profesor de griego moderno y Director de la Cátedra Libre de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos de la UBA, incursionó en el mundo de la ópera y la cinematografía con la dirección del largometraje Bomarzo 2007, filmado en Bomarzo (Italia) sobre la ópera de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Lainez. Es autor de Teatro, relecturas y recreaciones: Edipo, Dr. Jekyll & Mr. Hyde (ars maxjer contemporanea, Buenos Aires, 2015), Manual de Técnicas de Síntesis Astrológica: el Camino en el Mapa Natal (Kier, Buenos Aires, 2005), Ensayos astrológicos: abriendo nuevos caminos (F.Caba, Buenos Aires, 2012) y de numerosos artículos académicos presentados en revistas y congresos nacionales e internacionales.

 

 

 

PRESENTACION DEL LIBRO POR LA PROF. NORA SCHAMO (20-6-2015, C.C.Borges)

 

 

 

 

 

 

 

IGNEA MEDEAS - EPILOGO DEL AUTOR A MANERA DE PROLOGO

 

 

Esta obra ha provocado generalmente en una primera lectura un gran extrañamiento al punto de ser descartada. Para quienes superaron esa instancia porque algo en ese primer encuentro les dio ganas de darle otra oportunidad, en una o más visitas al texto se encontraron cada vez más interesados y compenetrados con lo que se narraba. Sin dudas es una obra bastante extraña, quizás harto extraña, pero la aparente incomprensibilidad inicial de la superficie textual revela en una segunda mirada una claridad dramática tan evidente que hasta podría llamarse chabacana. Por eso, en la medida en que una obra debiera sostenerse por sí sola y desde ahí hacer decir lo que tenga que decir, este prólogo no tiene como objetivo explicar esta pieza ni dar sugerencias o claves para su comprensión. Escrito tres décadas después de su composición y estreno, pretende sólo dar una idea del contexto en que fue gestada y producida, a fin de brindarle el marco histórico que le pertenece.

 

 

El antecedente más concreto de "Ígnea Medeas" es un cuento de ocho páginas cuyo principal valor es el de ser la génesis de la obra teatral y que escribí a los diecisiete años como una tarea escolar propuesta por una excelente profesora de literatura, Estela de Bianchi, que tenía una gran capacidad para motivar a sus estudiantes y sacar a la luz su potencial. El contenido de esas páginas exorcizaba fantasmas que en ese momento me obsesionaban.

 

Entre otros, que cuando tenía trece años fui capturado en forma definitiva por la pasión por la ópera, y como tantos me enamoré inmediatamente de quien fue quizás su más grande expositora: la soprano María Callas. El mismo día que vi mi primera puesta operística en el Teatro Colón, a los catorce años, decidí que iba a ser un regisseur  o director teatral de ópera internacionalmente famoso, y desde entonces fantaseaba día y noche con ir a estudiar a Europa y aprovechar para visitar a la Callas y conversar. No recuerdo de qué (era adolescente, estaba loco), pero en dos ocasiones hasta soñé con eso, sueños vívidos de una gran intensidad.  

 

Una tarde yendo a una función en el Teatro Argentino de La Plata, exactamente un mes antes de su incendio fatal, dentro del pullman escuché a dos hombres que hablaban de algo que me produjo una terrible sensación de alarma: bajé corriendo, compré el diario, y cuando ya de nuevo en el micro encontré la nota entre los titulares, literalmente me desmayé. Salí de mi sopor con el vehículo en marcha hacia el teatro. Leía y releía lo poco que había para decir: la crónica escueta, la parca necrológica. Se había ido. Antes de iniciar la función en el teatro pidieron a los asistentes un minuto de silencio. Un minuto de mi vida infinitamente largo y desolado porque, pese al vértigo y exaltación que produce a esa edad el contacto con la muerte, el dolor era verídico y lacerante: había muerto un sueño. Además, como tantos millones, la amaba.

 

El duelo lo hice sumergiéndome mucho más en su culto. Cuando leí en el diario que en la Cinemateca Argentina iban a proyectar la única película que había hecho, el único registro filmado de su persona, ya que en esa época no había Youtube y sus contados conciertos televisados recién estarían en cable años después, no lo dudé. La vi dos veces en la Sociedad Hebraica, la primer película de "cine arte" que topaba en mi vida (si vi otras antes, no sabía lo que estaba viendo) y que abrió el largo periplo de un nuevo fanatismo, el del cine, que me mueve hasta la fecha. Pasolini, el director de la película "Medea", se convertiría en un nuevo héroe, el paradigma del director-creador-autor, y sobre él compré libros y vi otras obras, llevado por el entusiasmo.

 

Elegir esa película para escribir el cuento fue una nueva instancia del luto. No funéreo, lúgubre o nostálgico, sino estimulante y lleno de esa vida que inspiran quienes dejan tamaño ejemplo. Tenía como subtítulo "Pequeño homenaje a Natura, Callas y Pasolini", y así figuró también en la escritura y puesta en escena de la versión teatral seis años después.

 

El cuento "Medea", escrito el 20 de junio de 1979, gustó sobremanera a la profesora y a mis compañeros. También a mí mismo, pero como unos meses después empecé mi carrera teatral como director, llevado por la ambición que hacía años me poseía de convertirme en un exitoso regisseur, y como suele pasar con estas cosas de juventud, el cuento pasó totalmente al olvido, sobre todo porque no tenía valor literario, por más que la idea y la estructura eran interesantes. Después hice algunas obras en forma independiente con un grupo que formé a tal efecto y luego algunas más con otro surgido de las clases de un profesor de teatro de las que yo participaba. Cuando a los veintidós años concluí mi ciclo con ambos, sentí que tenía que de una vez por todas hacer algo respecto de mi viejo sueño y proyectarme en una propuesta que me permitiera lanzarme a un nivel mucho más ambicioso. Como no quería caer en el estorbo de los derechos de autor, pensé que sería mejor algo escrito por mí y surgió por casualidad la idea de teatralizar ese cuento.

 

 

El proceso de escritura, que firmé con lo que fue durante años mi seudónimo dramatúrgico, Iannis Zómbolas, tomó unos pocos días de enero de 1985. Estuvo muy influenciado por lecturas filosóficas, antropológicas, de teoría del arte y, sobre todo, ocultistas en las que venía indagando. Transpuse la estructura y contenidos del cuento a su versión dramática en forma casi literal, aunque para Callas y Pasolini hice un trabajo de collage usando muchísimas frases dichas por ellos mismos en diversos momentos de su vida, así como otras dichas por biógrafos o estudiosos de sus vidas. Por todo lo que pude investigar hasta ahora, quizás sea la primera obra de teatro en el mundo que se haya escrito y montado tanto sobre ella como sobre él (luego vendrían otras, muy famosas). En cambio para las escenas de Medea y las de la planta nuclear, tuve que componer material completamente original que, en el caso de las escenas arcaicas, implicó largas parrafadas de texto poético con el que me siento en paz. De hecho, para entonces era bastante avant garde en Argentina escuchar en escena un texto tan poco convencional y para colmo por momentos al unísono, recién encontraría por primera vez algo de ese tenor años después en los espectáculos de Emeterio Cerro.

 

A los meses fijé el estreno para principios de noviembre y después de bastante buscar encontramos el teatro Espacios, en Palermo, en Bulnes 1350. Desde un principio estuvieron dentro del proyecto mi esposa y una amiga con las que ya había hecho otras obras, mientras que encontrar a los otros actores tomó su tiempo y fue uno de los factores de demora por el que empezamos los ensayos con un fixture demasiado apretado que la complejidad de la obra fue demostrando cada vez más que había sido mal diagramado por mi parte, al igual que con la escenografía y vestuario, a cargo de otro compañero de teatro con el que también habíamos actuado juntos. Lo faraónico a todo nivel del proyecto nos superó, en parte porque mi urgencia de lograr que el mundo se diera cuenta de mi supuesto gran talento con una propuesta más que pretenciosa se dio de bruces con la realidad, que cuanto menos garantizaba la llegada a puerto en las condiciones que yo quería, más me paralizaba y empeoraba la situación. Aunque la parálisis no fue total y obré, pero bajo presupuestos demasiado ingenuos, que es el peor pecado que puede cometer un director.

 

El estreno del 12 de noviembre nos encontró con los nervios destruidos y desesperanzados de que el milagro se diera. Que efectivamente no se dio. Todos los errores en la elección de actores, diagramación de ensayos, estilo de puesta y decisiones visuales confluyeron en un acontecimiento que me avergonzaba profundamente y que costó sobremanera sostener en las funciones siguientes, que se continuaron los martes de noviembre y diciembre. A varias personas les gustó e inclusive mucho, pero a mí ni en lo más mínimo, que en estas cosas es lo único que me importa y que desde luego me hacía particularmente sensible a los comentarios o actitudes de tantos a quienes desde luego no les gustó nada. En esas semanas adelgacé una cantidad alarmante de kilos, me rapé la cabeza y tenía el aspecto de una rata de alcantarilla ansiosa y desahuciada. El espacio del teatro era para mí casi literalmente una sala de torturas cuya mera evocación, décadas después, me trae todo tipo de sensaciones físicas pavorosas.

 

Tan demoledor fue el efecto de la experiencia, que decidí no volver a hacer teatro nunca más en mi vida. La famosa directora Laura Yusem, con la que estaba estudiando, fue a ver una de las funciones y terminó de ponernos la lápida, si es que quedaban todavía esperanzas. Aunque valoró mucho un par de elementos de la puesta, como las transiciones entre los distintos mundos y la fuerza teatral de la escena del sacrificio, que efectivamente estaba muy bien hecha, de modo que no fue una sorpresa cuando me propuso poco después ser su asistente de dirección en un proyecto que estaba gestándose alrededor de otra heroína trágica griega, Antígona, bajo la pluma de Griselda Gambaro. Me involucré tanto con ese espectáculo que terminé siendo designado también productor ejecutivo, y muchas ideas de mi puesta fueron a parar directamente a la suya, así como ciertos elementos materiales fueron literalmente trasvasados de un espectáculo a otro (las telas y otros implementos de utilería).

 

En suma, la bajada de un hondazo que me provocó el fracaso estrepitoso de Medea y la experiencia ganada con la obra siguiente, de hecho la más profesional de todas las que había participado hasta ese momento, me permitieron recobrar una disposición gracias a la cual nunca volví a cometer el mismo error de actitud y de cálculo, por lo que de ahí en más tuve la suerte maravillosa de realizar más de diez productos teatrales que exclusivamente y sin excepción me satisficieron muchísimo. Por lo tanto, tamaño padecimiento tuvo un rédito considerable.

 

Con el paso del tiempo y de otros espectáculos más felices, Medea iba quedando muy atrás como un mal sueño, una pesadilla que no quería recordar bajo ningún concepto. Aunque diez años después hubo un amague de volver a ponerla en escena con un grupo con el que estaba haciendo teatro y para el que imaginaba una puesta en todo distinta a la que había hecho, más inteligente, despojada e intensa. Pero mi entusiasmo duró apenas unas horas: si bien la versión en sí me parecía buena y estaba seguro de que produciría un buen espectáculo, sentía que ya no comulgaba en nada con la ideología de la obra, lo que la descartaba de plano. El principal contenido que en ese momento me irritaba era la descalificación ontológica del macho, que chocaba radicalmente con procesos personales que estaba viviendo por entonces y que poco después elaboré con la versión teatral de otra tragedia griega, Edipo, con una mirada, aunque problemática, mucho más valorativa sobre el asunto.  

 

 

El 10 de septiembre de 2010 recibí un mail de Hernán Martignone, secretario académico de la Cátedra de estudios griegos de la Universidad de Buenos Aires que yo dirijo, que decía que había leído en una revista especializada un análisis o crítica de la obra a cargo de una investigadora del Conicet y me preguntaba "¿Sos vos?". Leerlo fue muy inquietante. Desde luego agradable porque era básicamente encomiástica, pero estaba desenterrando a un muerto que hacía 25 años había cuidado muy bien que quedara bajo tierra. Al poco tiempo apareció para colmo otra mención en un congreso sobre tragedia griega que me llevó a reconsiderar el trabajo de la primera autora, lo que disolvió mis resistencias y me volvió a amigar con mi pasado y con esa obra teatral de juventud escrita a los veintidós años de edad.

 

De modo que me decidí y, luego de décadas, volví a leer el texto de la obra de teatro. Para mi sorpresa, me gustó mucho. E inclusive la escena que en su momento me parecía teatralmente más endeble, la del diálogo de Callas con Pasolini, no me parecía tan floja como recordaba. Obviamente se me había mezclado demasiado lo que ocurrió en esa puesta fallida con la verdadera naturaleza del texto. Por eso decidí publicarlo, primero en la web y luego en formato libro (Ignea Medeas, Jerónimo Brignone. De autor, Buenos Aires, 2015. ISBN 978-987-33-7232-2), por el simple placer de compartirlo y para no permitir que algo que quizás tuviera algún valor se desvaneciera así sin más. Es agradable pensar que quizás algún día a algún director o grupo de teatro pudieran entusiasmarse con ponerla en escena, ya que me gustaría verla alguna vez en una buena versión.

 

Jerónimo 'Jerry' Brignone

(Iannis Zómbolas)

 

 

 

 

 

PRESENTACION DEL LIBRO "IGNEA MEDEAS"

Centro Cultural Borges - Sala 26 (Fundación Tres Pinos)

Sábado 20 de junio de 2015, 16 horas

 

 

Lic. Nicolás Varlota,  el autor,  Prof. Nora Schamó  y  Dra. Fernanda Dorado

 

Escena de "Ígnea Medeas" por F. Dorado, N. Schamó y J. Brignone

 

Celebración posterior a la presentación de "Ígnea Medeas"

 

 

TEXTO DE LA PRESENTACION DE LA PROF. NORA SCHAMO

 

DESCARGA GRATUITA DEL LIBRO

 

 

Un agradecimiento muy especial del autor a Estela de Bianchi, Angélica Paraskevaídis, Claudio María Domínguez, Fabiana Monteagudo, Teresa Ferri, Mauro Santamaría, Lilian Mancuso, Patricia Tescione, Hernán Aiello, Marcelo Vittori, Perla Zayas de Lima, Hernán Martignone, Nora Schamó, Jorge Wiurnos, Massimo Scaringella, Ricardo Cadenas, Rodrigo Cadenas, Roger Haloua, Nicolás Varlotta, Fernanda Dorado, Maia Estabillo, Gisele Coriolano, Cristina Jakowiuk, Cristiane Lopes Costa, Gabriela Bogao y Angela Mora.

 

 

 

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